diumenge, 29 de juny del 2014

Obsesión

Sus palabras de adiós sabían a color gules, como el sucedáneo de las ignotas huevas de terribles mariposas Tcho-Tcho de Lemuria. En mi desespero, intenté el manido chantaje de cortarme las venas en horizontal. Para ello manejé una daga que, comprada a un anticuario de tez oscura, lucía, grabados a fuego, crípticos signos procedentes de Fomalhaut b. Se asemejaba a seccionar una lamprea rellena de clítoris de orquídeas lapidadas por talibanes. Y probé con un corte en el abdomen, que oponía la resistencia de un Dhul, asomando intestinos que luego pegué con Imedio. Sin licencia para asesinar a mi cuerpo, la obsesión por el entierro prematuro se incrustó nuevamente en mi cerebro.


Ante mi mansión, el panorama de un cementerio borrascoso, donde revolví tumbas y apareció un ataúd lleno hasta los bordes de semen y, flotando, el hueso de la verga del difunto. La tesis del despertar en la caja oblonga no era solo un prejucio. No sin gran tribulación resolví decapitarme pero no sirvió de mucho. Cayendo la cabeza ante mi pie y, chupando su pulgar, Yo soy y no puedo no ser.

Con la cabeza bajo el brazo, dirigí mis pasos con destino al Ambulatorio del Arrabal, en cuya octava puerta del segundo piso aguardaba la muy eficiente   Doctora Torres, quien no me dejó pronunciar palabra alguna y así habló:

- Usted sufre de apnea del sueño. Voy a derivarle al Hospital del Mar (H.P.L.) donde se realizará un estudio de sus ronquidos mientras duerme allí ante un cerdo. Si usted no logra dormir, la enfermera que, por cierto, se parece mucho a su cuñada, le cantará la célebre Canción de cuna de Pemán:
  
  Tiene ganas de dormir.
 Tiene un ojo cerrado
   y el otro no puede abrir.
   Y el otro no puede abrir,
  tiene un ojo cerrado
    y el otro no puede abrir. 


Un mundo feliz



Afuera chispeaba, por decir algo. Diez de la mañana. La camarilla de muchachos Panero expectante. Cuando la psiquiatra Tous entró, atrancaron la puerta y fue acorralada. La conminaron a desnudarse y arrodillarse para celebrar una ancestral ceremonia japonesa. La cubrieron toda de leche. Algunos no acertaron y eyacularon en el techo. Nadie podía derribar la puerta.
 

Los Panero, no sin jolgorio, se comieron a la viscosa doctora. Y, súbitamente, entre ellos surgió la furia caníbal. Un magma de colmillos veloces engulléndose, casquería que se devoraba a sí misma. Cuando llegaron los bomberos, no había quedado ni rastro. Todo el hospital guardó silencio durante mucho tiempo y disimulaban silbando “Agua, azucarillos y aguardiente”.
 

Una noche, el intrigante doctor Dou, experto en ingeniería genética, con sigilo encontró un resto de la carnicería que había tenido lugar. Se trataba de un ano mongol, como un donut, pegado a la ventana. Lo guardó en su maletín y salió furtivo del hospital sin ser advertido. Su chófer le estaba esperando. Se dirigieron a la zona alta, donde el doctor Dou poseía un enorme laboratorio dentro de una insignificante mansión cerca de la Universidad de Miskatonic.
 

Trabajó día y noche en su nuevo proyecto. Cuando terminó, llamó a su mejor amigo, el doctor Ou. Dou extrajo con cuidado unos pergaminos guardados dentro del escritorio, los planos de una nueva criatura a partir del ADN del donut mongol.
 

-Fíjate, el diseño de una jirafa con una sola pata, alas de mariposa gigante Ornithoptera alexandere, y una cabeza de Jano de bronce. -¿No te parezco divino?
 

El doctor Ou, evasivo: 


"Hoy las ciencias adelantan 
que es una barbaridad
¡ Es una brutalidad ! 
¡ Es una bestialidad !” 
                                                       (“Agua, azucarillos y aguardiente”)

Afuera empezó a tronar.

Breve encuentro

Atravesando las arterias del cementerio de Rollin, zozobro cabizbajo en mi ocaso, circulando plomo por las venas de la carne que arrastro sordo, entre efluvios gorgoteantes de hedor maligno, abismándome en mí mismo todos los días hasta el infinito de la repetición. Hoy la gibosa se encuentra en una fase que repetirá cada mes, como sometiéndose a un ciclo eterno, sin otra alternativa, como quien sangra cada periodo, esclava de una naturaleza, escuela de Satán.

Súbitamente, ante mí, una Ebony Big Ass sobresaliendo de una tumba a falta de espacio vital, impeliéndome, ante tamaña provocación, a adentrar mi bestia tumefacta a través de las Criptas de Lieberkunn y a continuación las Columnas de Morgagni, habiendo llegado, no sin maquinal agitación, al arrobamiento. Al salir del agujero negro, miles de gusanos habían entrado por mi uretra e iban devorando, cual pirañas, el interior de mi verga, que desapareció como tal en breves instantes. Un chorro de sangre de plomo plateado brotaba de mi entrepierna sin pausa.



En la encrucijada del cementerio se erguía un árbol invertido con tres raíces apuntando al cielo, tres troncos y dos gruesas ramas en tierra. Me ahorqué en la rama derecha. Mis pies apuntaban hacia el cielo desafiando la gravedad y el chorro de sangre continuaba como hasta el final de los tiempos, algo difícil de concebir.

La atroz composición fue conceptuada como obra de arte titulada "Fuente", firmada por Bruce Naumann y trasladada a la Place de la Concorde.

He alcanzado la inmortalidad en vida: miles de curiosos admiran boquiabiertos la fuente no sin admiración. Soy grandioso.
 

Incluso pude deleitarme en 1979 con el tema Oxigène 4 de Jean Michel Jarre en el famoso concierto que reunió a un millón de personas en la plaza.

El pliegue

Un eclipse de luna teñía de color sepia negros recuerdos hartos de asco, envueltos aún por efluvios de asfixia nauseabunda. Clandestino fotógrafo testimonial de un campo que sardónicamente prometía la libertad por el trabajo, palabra que procede del bajó latín del siglo VI tripalium o instrumento de tortura que procura en un tiempo infinito el abandono de la cárcel del alma y el alcance del ansiado descanso.

Innúmeras fotografías sepia de despojos anoréxicos con sus inaudibles alaridos horrísonos amontonados para ser hornenados como premio al trabajo bien hecho, del que son fanáticos defensores los excrementicios descendientes de los hiperbóreos.


Más valdría no haber enfocado a una bella mujer, aún viva, entre tanta muchedumbre putrefactible.

- Yo sé cómo escapar de aquí, mujer.

- No te esfuerces, pronto descansaré y abandonaré este mundo creado por un dios ciego e idiota que babea en el centro del vacío final.

Siglos de lágrimas de sangre muda, embotado en vida dentro de una prisión de soledad y de tiempo repetido, sin salida, contemplando el retrato oculto, por un velo, que colgaba en la pared de la bella mujer de cuerpo vencido, ansioso de ser polvo. Cuando descubrí la foto y ella me penetró con sus ojos como in illo témpore, aferré mi luger apuntando a la sien.

En ese idílico instante recordé unos sencillos versos:

                                                       La noche sepia,

                                                    Una mosca se posó

                                                        in parabellum

En el último momento se desvió el disparo. Una tentativa. Qué vergüenza. Ahora llevo toda la cabeza vendada y gafas oscuras. Soy el "Hombre invisible".