Ante mi mansión, el panorama de un cementerio borrascoso, donde revolví tumbas y apareció un ataúd lleno hasta los bordes de semen y, flotando, el hueso de la verga del difunto. La tesis del despertar en la caja oblonga no era solo un prejucio. No sin gran tribulación resolví decapitarme pero no sirvió de mucho. Cayendo la cabeza ante mi pie y, chupando su pulgar, Yo soy y no puedo no ser.
Con la cabeza bajo el brazo, dirigí mis pasos con destino al Ambulatorio del Arrabal, en cuya octava puerta del segundo piso aguardaba la muy eficiente Doctora Torres, quien no me dejó pronunciar palabra alguna y así habló:
- Usted sufre de apnea del sueño. Voy a derivarle al Hospital del Mar (H.P.L.) donde se realizará un estudio de sus ronquidos mientras duerme allí ante un cerdo. Si usted no logra dormir, la enfermera que, por cierto, se parece mucho a su cuñada, le cantará la célebre Canción de cuna de Pemán:
Tiene ganas de dormir.
Tiene un ojo cerrado
y el otro no puede abrir.
Y el otro no puede abrir,
tiene un ojo cerrado
y el otro no puede abrir.
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