diumenge, 29 de juny del 2014

El pliegue

Un eclipse de luna teñía de color sepia negros recuerdos hartos de asco, envueltos aún por efluvios de asfixia nauseabunda. Clandestino fotógrafo testimonial de un campo que sardónicamente prometía la libertad por el trabajo, palabra que procede del bajó latín del siglo VI tripalium o instrumento de tortura que procura en un tiempo infinito el abandono de la cárcel del alma y el alcance del ansiado descanso.

Innúmeras fotografías sepia de despojos anoréxicos con sus inaudibles alaridos horrísonos amontonados para ser hornenados como premio al trabajo bien hecho, del que son fanáticos defensores los excrementicios descendientes de los hiperbóreos.


Más valdría no haber enfocado a una bella mujer, aún viva, entre tanta muchedumbre putrefactible.

- Yo sé cómo escapar de aquí, mujer.

- No te esfuerces, pronto descansaré y abandonaré este mundo creado por un dios ciego e idiota que babea en el centro del vacío final.

Siglos de lágrimas de sangre muda, embotado en vida dentro de una prisión de soledad y de tiempo repetido, sin salida, contemplando el retrato oculto, por un velo, que colgaba en la pared de la bella mujer de cuerpo vencido, ansioso de ser polvo. Cuando descubrí la foto y ella me penetró con sus ojos como in illo témpore, aferré mi luger apuntando a la sien.

En ese idílico instante recordé unos sencillos versos:

                                                       La noche sepia,

                                                    Una mosca se posó

                                                        in parabellum

En el último momento se desvió el disparo. Una tentativa. Qué vergüenza. Ahora llevo toda la cabeza vendada y gafas oscuras. Soy el "Hombre invisible".


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